Junio 1, 2021

¡Votemos!

Dip. Dulce María Sauri Riancho

 

Está en riesgo el esfuerzo de varias décadas para hacer normal el relevo de las y los representantes populares.

Esta rutina de la democracia parecía haberse establecido desde 1997, apuntalada por dos grandes reformas político-electorales, la de 2007 y la de 2014, que fortalecieron a las instituciones responsables de organizar los procesos y dar certidumbre a los resultados.

Parecía que finalmente se instauraba la cultura de la legalidad entre actores políticos y ciudadanía, hasta que llegó 2021 con su cauda de polarización y enfrentamientos.

La sombra de la violencia se adueñó de las campañas electorales de este año, la pandemia del Covid, como macabro telón de fondo, ha transformado las formas de contacto entre candidatas y candidatos y ciudadanía, además de representar una interrogante respecto a la participación en las urnas.

Desde la Presidencia de la República se ha cuestionado severamente al Instituto Nacional Electoral, a su consejero presidente y a varios de los integrantes del Consejo General, así como al Tribunal Electoral, cuando sus decisiones no se ajustan a los deseos presidenciales. Aun así, la organización de las elecciones más grandes en la historia de México avanza.

El día después, el lunes 7 de junio, millones de personas se levantarán para ir a sus trabajos y en algunos estados niñas y niños retornarán a sus escuelas después de más de un año de ausencia; la vida seguirá con sus enormes retos en salud, empleo, ingreso, justicia y derecho a una convivencia libre de violencia; habrá ganadoras y ganadores de las gubernaturas, presidencias municipales, congresos locales y una nueva Legislatura en la Cámara de Diputados. Ese día la disyuntiva es clara: o se acepta la derrota como compromiso central de la democracia o se intenta arrebatar triunfos de los adversarios por la vía de la violenta impugnación de los resultados.

En el 2000 el PRI reconoció, sin subterfugio alguno, su derrota en la elección presidencial; no hubo entonces, como algunos auguraban, intento de escatimar o desconocer los resultados de las urnas, a pesar de haber sido el partido en el gobierno por más de 70 años. Era su responsabilidad histórica, como actor en el largo proceso de construcción de la democracia en México.

¿Cómo se conducirá el presidente López Obrador ante los posibles triunfos de sus adversarios?

¿Habrá ese reconocimiento consustancial a la democracia o buscará por todos los medios anular los resultados desfavorables al partido en el gobierno?

¿En el escenario del éxito de Morena y sus aliados reaccionará el jefe del Ejecutivo como un demócrata que entiende el papel fundamental de las minorías en los gobiernos o buscará aplastar, avasallar, para que en tierra arrasada ya no vuelva a florecer la amenaza de las oposiciones a su proyecto político?

México se juega mucho el 6 de junio, pero más el día después. Cambiar de opinión de una elección a otra es el valor supremo que tutelan las instituciones electorales para 126 millones de habitantes de este país.

No hay que darle vueltas, la democracia de un solo hombre, se llama dictadura.

Por el contrario, pluralidad y diversidad de opciones son rasgos de una sociedad democrática que no podemos permitir que sea sofocada por el poder presidencial.

Tres años en la vida de una nación son apenas un suspiro. Pronto llegará 2024, el domingo 2 de junio, cuando se elegirá al o la nueva presidenta de la República. Sin duda 2021 será el prólogo de 2024.

Para ese porvenir cercano realizar ese proceso en paz, con la rutina de la democracia, depende de este año, de estos días.

Resistamos las tentaciones de retorno a la incertidumbre, a las turbulencias que acompañaban a los anuncios de triunfo o de derrotas.

Exijamos el correcto funcionamiento de las instituciones y de las personas responsables de ello y, sobre todo, votemos.